Stenenbrug

Stenenbrug by Lisa Hilte translated into Spanish

Read the Spanish translation by Heli Pärna of a short story originally written in Dutch by author Lisa Hilte.

Lisa Hilte explores loss and guilt by juxtaposing different perspectives of the same event.

You don’t know the Spanish language? Don’t worry, we’ve got you covered with plenty of translations (constantly updated):

But still, if you want to read the original poems written in Dutch language by author Lisa Hilte, you can get LONGITŪDINĒS Magazine Issue Zero on our shop, for free or with small donation to support our project.

Llega rechinando el tranvía a la parada. Las puertas se abren como un acordeón y los pasajeros entran en el aire frío. Marleen, en la parte delantera del tranvía, aguarda sentada hasta ver la última persona cruzar el umbral, momento en el cual libera su asiento y pone pie en la acera. Lee el nombre en la cabina de la parada: “Stenenbrug”, puente de piedra en holandés, la última parada del trayecto, después el tranvía ha de volver sobre sus pasos. Marleen recorre con la punta de sus dedos la superficie del sobre a salvo en el bolsillo de su abrigo. Su respiro, nubes pequeñas en el aire. 
El tranvía se pone en marcha de nuevo. Marleen lo mira irse y lo sigue con la mirada hasta que el vehículo dobla la esquina y desaparece. Entonces empieza a caminar, su mirada fijada en el suelo. Al cruzar, un coche le toca la bocina. Ella sigue caminando sin levantar sus ojos.
Se para en medio del puente. Debajo, el tráfico pasa apresuradamente, los ocho carriles, un río salvaje y turbulento de hierro y caucho. Su mirada se posa en el arcén, el cual, al acercarse al puente, se reduce en un triángulo y desaparece. Aprieta los ojos firmemente, reabriéndolos por completo de repente. Mira sin parpadear. La primera nieve se precipita suavemente. Copos blancos se posan en su gorro y bufanda, se derriten sobre sus gafas, enturbian su vista.

***

Ya hace algunas semanas que Ben tiene un perro, Viktor. Cuidar de alguien supuestamente le hará bien, aunque a veces es difícil saber exactamente quién cuida a quién. Una vez no había salido de su cama durante todo el día, hasta en su cuarto se podía oír a Viktor lloriquear en su jaula. Su hermana, Ellen, se puso furiosa. Amenazó con devolver el perro a la perrera y a él, directamente a la casa de sus padres. Ambos lloraron. Al final, Ellen le ayudó a salir de la cama y él, sentado en el taburete, se duchó. Después se afeitó por primera vez en días. Cuando entró de nuevo en la cocina, Viktor estaba en el rincón tragando vorazmente de su cuenco, la jaula estaba de nuevo limpísima. 

*** 

“Acabo de mandar una postal de navidad tardía,” dice Ellen cuando su novio llega a casa. Él se acerca unos pasos y le da un beso fugaz. Sus zapatos dejan huellas mojadas en el suelo. “¿Ah sí, a quién?”, pregunta mientras se agacha para desatarse los cordones. Pequeños copos de nieve, que dentro de casa ya les queda poca vida, adornan su pelo. “A Marleen la borracha,” responde Ellen sonriendo. Su novio no dice nada, su cara escondida detrás de su pelo. Todos los copos de nieve ya derretidos. Suspira profundamente y la mira. “¿De verdad crees que era necesario?” La sonrisa huye de la cara de Ellen y algo en los ojos de su novio la deja estupefacta. De repente ella se siente como una niña, una niña que se ha portado mal, muy mal.

***

Marleen finalmente cruza el puente, gira a la izquierda y entra después en la segunda calle a la derecha. El área residencial consiste de avenidas anchas, con árboles alineados en ambos lados. Es un barrio en el que a Marleen le hubiera gustado un día irse a vivir, tener un día su propia casa allí. Marleen espera detrás de las rejas. Guido viene a recibirla con la llave, él empuja la verja de hierro con un ruidoso traqueteo. Debajo de su chaqueta, dejada abierta, lleva su fea camiseta naranja con una huella de perro sobre la inscripción “Stenenbrug”. Aparte de la parada de tranvía, la farmacia y la tienda, también la perrera se llama así: “Stenenbrug”. La creatividad es un recurso escaso. 

Marleen atraviesa el patio de hormigón y empuja la puerta pesada. En el pasillo cuelga su abrigo y su bufanda en el perchero. Coge un overol del baúl y se lo pone encima de su ropa, dobla las mangas y los bajos de su pantalón una y dos veces. Limpia sus gafas con la tela azul. Acto seguido se dirige hacia los lavabos. 

La sala, sin ventana alguna, sólo tiene lámparas fluorescentes para iluminar el espacio, de modo que durante el primer cuarto de hora Marleen suele prepararlo todo en la oscuridad. Como siempre, a las catorce horas exactas saca el primer perro de su jaula. Todavía es sólo un cachorro, lo encontraron con sus hermanos cerca de una gasolinera, los cinco empaquetados juntos en una caja cartón.
Mientras Marleen calienta el agua, el cachorro gatea sobre su mano libre. Es juguetón y joven —sin duda alguien querrá llevárselo pronto. Para los animales viejos las cosas son diferentes. Ya no salen de aquí. A algunos les huele el aliento. Otros son ciegos o sordos, o ambos —Marleen no puede echarle la culpa a la gente. Es por compasión entonces que siempre empieza lavando los jóvenes y termina con los viejitos. Toma su tiempo con ellos al final. Les masajea los hombros, los enjabona dos veces. El más viejo es un Jack Russell, igual que el que Marleen tuvo en el pasado. “No te encariñes con él,” dijo Guido una vez, “No va a aguantar hasta la navidad.” Hoy es el tres de enero. La muerte no tiene calendario. 
Marleen limpia los lavabos, tira las toallas en la canasta. Se lava los manos y las axilas cuidadosamente, pero el olor es persistente. Al final de la tarde, todos los perros huelen a champú, y ella, a perro mojado.

***

Viktor es la distracción del dolor. Viktor es la rutina. Ben come cuando come el perro. Dos veces al día dan una vuelta a la manzana caminando juntos. Es temprano en la tarde y hace un frío implacable. Ben pretende no ver al perro meando contra las fachadas de las casas mientras que ignora a los árboles plantados a lo largo del camino a la izquierda. Viktor camina delante, la correa está tendida tensamente. Ben debe resistir la tentación de apagar el motor de su silla de ruedas para ver a qué distancia el perro lo puede tirar hacia delante, como un husky atado a un trineo. Cierra su puño alrededor del mango de plástico de la correa, manejando la silla con la otra mano. Él compensa por el entusiasmo juvenil de Viktor. Se mantienen en equilibrio mutuamente. 
Cuando regresan a casa, es hora de descansar —así que Viktor regresa a su jaula y Ben a la cama. Cada uno a su rincón. Como todos los días, a las tres y media llega la fisioterapeuta para hacer ejercicios. Ya se conocen bien, aun así, tienen poco de qué hablar. Cuando ella se va, el silencio suena doble. Al anochecer, su hermana Ellen trae la comida. Lo hace cada lunes, miércoles y viernes. Los viernes se queda más tiempo y ven juntos la tele, como antes en casa. Los martes, jueves y los fines de semanas es su madre quien viene, trae su ropa limpia y planchada, o friega, o limpia. Así se escapan los días.

***  

La pelea sobre la postal de navidad todavía pesa en el aire. Callados, Ellen y su novio están sentados uno al lado del otro. Colgado en la pared, el reloj hace tictac. Es un reloj sin segundero, el sonido preprogramado. Habían leído el nombre y la dirección de la mujer en la denuncia policial. Incluso su fecha de nacimiento estaba mencionada. Desde entonces la llamaron Marleen la borracha. Daba una satisfacción rara saber el nombre. Ellen rompe el silencio. “Solo quería que ella lo supiera,” Ellen dice. “Solo quería que supiera lo de Ben.”

***

Todos los perros tienen un nombre. Con los que Marleen puede elegir ella misma intenta ser creativa. Nada de tener siete Fifis o Rockys. De camino hacia la parada, recita los nombres en su cabeza. También los de los perros que se han ido, sin excepciones. Gira a la izquierda, sale del área residencial y luego, torciendo a la derecha, se dirige hasta Stenenbrug. Se para en el medio del puente. Mira el arcén, reduciéndose en un triángulo, y fija su mirada en el lugar preciso. Mientras tanto, ya ha recitado todos los nombres de los perros. Viktor resuena en su mente. Marleen mete su mano dentro del bolsillo de su abrigo, recorre con la punta de sus dedos la postal de navidad que encontró en su buzón hace unos días, sin remitente, sin nombre. Al principio no había entendido el mensaje de la carta. No conocía ningún Ben. Ninguno de sus conocidos estaba en silla de ruedas. Tampoco entendió la referencia al Stenenbrug.

Ayer, al final de su turno, preguntó a Guido si podría buscar algo en el ordenador. Sólo tuvo que escribir las primeras letras del nombre en el archivo, el resto se rellenó automáticamente. Ben Van Damme. Fue él quien adoptó a Viktor en noviembre. Marleen verificó la fecha en la cual él había venido a recoger el animal —un lunes, su día de descanso. “¿Y?”, preguntó Guido. “¿Quién busca, encuentra?”. Marleen levantó sus ojos, cerró rápidamente el archivo. Cabeceó y sonrió. “Sí, sí, gracias de nuevo,” le dijo. “¿Todavía necesitas el PC o lo apago?”. 

En el tranvía de camino a casa, mirando fijamente su reflejo en la ventana, intentaba descifrar la postal de navidad. Tuvo la sensación como si faltara una pieza de puzzle crucial. Justo esta mañana leyó, por casualidad, otra vez la denuncia policial y así reparó en su nombre, su dirección, su fecha de nacimiento. Se levantó y tomó la postal del tablero de la cocina, leyó el mensaje escrito a mano otra vez. Después se sentó a la mesa, mirando primero la postal y luego la denuncia policial y viceversa. El joven estaba en silla de ruedas. Jamás podrá vivir de manera completamente autónoma. Leyó de nuevo su fecha de nacimiento. Veinticuatro años. Marleen mira el tráfico pasando apresuradamente debajo, hasta que se marea. Se quita las gafas, después se las pone otra vez. Intenta recordarse del joven, su coche, su cara, pero no llega a tener una imagen clara. Sus recuerdos del accidente, que ella había causado, son vagos y fragmentados. Incluso cuando mira el lugar preciso —allí, justo allí, donde pasa ahora el camión y desaparece el arcén – no consigue recordar más que algunos añicos. Stenenbrug nunca saldrá del registro policial, nunca será más que un apunte en la denuncia. No importa cuánto Marleen se concentra, con cuánta fuerza aprieta los ojos, o, al contrario, los abre, el lugar no provoca ninguna parte de su memoria. Sólo es un puente hecho de piedra.

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Heli Pärna (tr.)

Heli Pärna is a Brussels based freelance translator with fluency in English, Estonian, Russian, Dutch, French, and Spanish. She has experience in translation, writing for magazines, transcription as well as ghostwriting. After some years of translating more technical texts, she returned to her first love - literary translation and she is particularly interested in introducing works from less translated languages to the English readership, such as her native Estonian. This is her first published literary translation. Her translation of Leelo Tungal's Comrade Child was long-listed for 2019 John Dryden Literary Translation award. Work that is currently seeking a publisher in English. Heli is a member of English PEN, ALTA and Society of Authors (Translators Association). Find out more here.

Josep Llobera Capllonch (ed.)

Josep Llobera Capllonch is a Mallorcan writer-translator based in Edinburgh. He writes both prose and poetry in Catalan, Spanish and English. He self-translated his novel La necesidad es un pato into English as part of his MSc in Translation Studies at the University of Edinburgh. His academic research brought him to Charles University where he presented his paper “Self-Translation: Breaking the Traditional Axioms in a Tongue not Mine” in the last L2 Translation Conference.

Lisa Hilte

Lisa Hilte is a postdoctoral researcher in linguistics at the University of Antwerp. She studies social variation in online writing and examines how people adapt their online language use to their conversation partner. She draws, paints and writes prose. In 2014, she was a finalist in the Dutch-Belgian writing contest 'Write Now!'.

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