Read the Spanish translation by Irene Galera Puga of the short stories ‘Je fait des tour’, ‘Leonor’, ‘Radici’, and ‘Sere’, originally written in Italian by writer Anna Stella Poli.
Poli explores identity, sexuality, and change in a lyrically broken style.
You don’t know Spanish? Don’t worry, we’ve got you covered. We have more:
- Quatre relats curts – Catalan translation by Teresa Bauzà Bosch
- Vier Kurzgeschichten – German translation by Florian Busch
- Four short stories – English translation by Antonio Gambacorta and Andrea Romanzi, ed. William Davies
- Patru povestiri – Romanian translation by Bianca Graszl
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He estado dando vueltas
Cuando subo, me mira. El autobús va medio vacío, me siento a su lado.
Me recuerda un poco a un animalito, ahora mismo no sabría decir a cuál.
Tiene los ojos pequeños, hundidos y marcas extrañas en la cara. Joven. Pelo corto, revuelto. Un ratón, una comadreja, un armiño negro. Me mira de manera furtiva. Huele a ropa sin lavar. Habla conmigo.
Me pregunta si tengo conexión a internet. Son las nueve, voy de camino a casa. Tengo conexión a internet. Habla francés en susurros. Sé francés, pero me apresuro a decir, escudándome en mi acento extranjero, que no la entiendo.
No me cree, pero hace bien en no hacerlo. Busco el porqué de toda esta desconfianza. Tal vez es por su olor o tal vez por esos ojos pequeños e inquietos.
Me pregunta suavemente si puede enviar un mensaje. La miro.
Un viento siberiano envuelve París. Lleva los tobillos desnudos, deportivas blancas y pantalones de flores. Desde luego debe pasar frío. Yo llevo medias debajo de los vaqueros, calcetines de lana, botas altas. Dos jerséis.
Abro el bolso, cojo el móvil, abro el icono de mensajes, le digo que escriba. Mis ojos están puestos en ella, porque mi móvil en sus manos me deja intranquila.
Qué bajeza, pienso. Ni siquiera es valioso.
Escribe. Se bloquea con los comandos en italiano. Le digo que soy italiana.
Ella dice sais pas que j’ai fait y yo, sin fijarme, le digo c’est bon, cojo el móvil y lo vuelvo a meter en el bolso.
Tiene frío. Me mira. La miro pero no hay respuesta. Toca una parada, pero no baja. Entonces, finalmente, baja. No me da las gracias, no se despide.
Me bajo tres paradas después, voy a comprar, compro una porción de quiche para el día siguiente, cuando entro en casa enciendo la radio y abro una botella de vino blanco.
Estoy cocinando cuando me acuerdo de ella.
No lo leí, para no parecer indiscreta. Ni siquiera tengo mucha curiosidad, pero miro de todas maneras.
Encuentro el mensaje, no se pudo enviar.
Dice: Cest diyhia stp laisse moi come car depuis tt alheur je fait des tour de bus et ji froid jai pas envie de dormir dehors desole si je tai manquer de respect a ts pote jai frois et je fait des tours depuis.
Intento enviarlo una vez más, pero el contacto está bloqueado o necesita un prefijo o hay que eliminar un cero o algo que, aunque lo intento muchas veces, no consigo hacer.
(Soy Diyhia. Por favor, déjame ir. Hace rato que doy vueltas en autobús y tengo frío. No quiero dormir fuera. Lamento haberte ofendido a ti o a tus amigos. Tengo frío, no he hecho más que dar vueltas)
Leonor
Leonor fue el principio, majestuoso, y el fin, rapidísimo, de las dudas.
Decía balotta, con una ele suave como en camelias. Era joven, comía gambas crudas, se ponía nerviosa si le preguntabas sobre el futuro. Tenía el pelo corto como algunos niños de la colonia y cuando se burlaron de ella en la mesa redonda no lloró, pero durante tres minutos estuvo tartamudeando.
Estaba estudiando en los Países Bajos. Me contó que un día había hecho detener un tren para perseguir a un chico con la raya del pelo hacia un lado y llevarle dos napolitanas que había pensado que comerían juntos. Él las cogió, le dio un beso en la mejilla, luego fue a sentarse y las puertas se cerraron en medio de la aflicción de los pasajeros que la vitoreaban.Hablaba con los brazos en alto y con voces divertidas mientras bebíamos cerveza en el muelle. Pero todo esto tiene relativamente poca importancia porque ese día nos habíamos escapado al mar a la hora de comer. El mar estaba pasando el castillo, y se llegaba atravesando una calle adoquinada cuesta abajo. Leonor no llevaba traje de baño, yo ya me había quitado la camisa; siempre me sentía torpe a su lado ya que era alta, musculosa, delgaducha y alegre. Me estaba ofreciendo para sujetarle una toalla cuando de pronto Leonor estaba desnuda. Tenía unos pezones grandes de color canela y un sexo al natural, imponente, como una hiedra que trepa y oscuro como una preocupación. Pasó un segundo. Un segundo después, llevaba un bikini naranja que se anudaba con agilidad. Yo estuve todo el tiempo callada, tanto cuando decidimos saltar desde las rocas, cuando nos zambullimos, como cuando flotábamos. Me hablaba de sus próximos trenes, sobre un viaje inminente para, quién sabe cuándo, volver a vernos.
Raíces
Las había contado. Había hecho doce mudanzas. La mayoría de las veces tranquilas, la última, un poco accidentada.
Como en las máquinas de pinball, había vuelto al punto de partida.
Todavía podía oír el ruido de las bonificaciones, con las luces volviéndose locas en las bandas de rebote.
Aún no había cumplido los treinta.
Estaba en una plaza, él la llamó para preguntarle dónde estaba la plaza o dónde estaba ella, que estaba en la plaza. Durante seis segundos permaneció indecisa sobre el nombre de las calles contiguas, pero encontró un detalle que describiera ese lugar y él dijo: Ah, sí, ahora voy.
Había gente a su alrededor, algunos de sus amigos. Hablaban de pie, uno al lado del otro.
Él le parecía más relajado, más joven, incluso más bronceado. “Debe de ser mi cabeza”, se dijo a sí misma, inclinándose ligeramente hacia la sudadera y tirando de ella para cubrirse las manos ya que era una tarde húmeda, con una bruma suspendida en el ambiente.
Sintió un extraño hormigueo. Él le habló de un festival junto al río donde había entrevistado a un periodista y ella se preguntó dónde estaba ella dos años atrás, y ni siquiera le dijo que hubiera querido escucharlo, le parecía implícito.
Intentó mover un pie y le pareció que pesaba mucho.
Luego le preguntó por su trabajo y ella le dijo que le habían ofrecido un puesto en Toronto. Toronto, repitió él, y ella pensó que debía ser impresión suya pero que parecía que lo dijera como algo triste, lejano y desagradable en lo que pensar.
Una amiga suya los invitó a tomar algo en el bar de al lado, quería quedarse despierta hasta tarde para una conferencia sobre geopolítica internacional. Ella dijo que sí inmediatamente, que quería beber con él y que tenía frío.
Debieron de ser quince pasos en diagonal. Lo intentó una vez, otra vez.
Lo miró con cierto temor y dijo avergonzada:
––Despacio, no puedo moverme.
––¿Disculpa?
––No puedo levantar los pies, no se despegan.
Él era un hombre práctico, se agachó para mirarle los pies.
––Levántate ––dijo.
––Lo intento ––dijo ella––. Ya lo intento–– repitió. El botín apenas se despegó.
––Raíces ––dijo él.
––¿Qué coño dices? ––dijo ella.
––Has echado raíces ––dijo él observando la sombra entre la suela y el pórfido.
Se levantó, se miraron perplejos.
––Es culpa tuya ––dijo ella rápidamente––. Toronto es bonito, pero ya no quiero ir. Y no hay nada comparable aquí. Solo tú que me das ganas de quedarme. Como en las revistas para chicas.
––¿Ganas?–– preguntó él.
––Quedarme. Echar raíces, pero no así. Despacio, muy despacio, con cuidado y paciencia. Desde que pienso en ti, no puedo hablar más contigo. Miro este atontamiento y creo que es el deseo de no equivocarme. Pones todo este jodido deseo en no equivocarte, en no pensar que, como mucho, comienzas de nuevo, con otras trayectorias, otras fricciones, otras luces.
Su amiga geopolítica dejó de hablar, ella estaba dándole vueltas a algo que tenía en la mano, sobre la que tenía puesta la mirada. Él dijo: En realidad, creo que me voy a casa.
––¿Te vas a casa? ––preguntó ella.
––Sí, lo siento, estoy muy cansado.
Se besaron en las mejillas, él se fue al coche.
Ella paró a tomar una cerveza. Sus pies funcionaban.
Sere
‘I should wear my tiger pants,
I should have an affair’.
Mi padre no me habló durante siete meses y yo no hablé con Martina durante seis días.
Me dije que si hubiera tenido más cuidado en el momento todo podría haberse evitado. Me engañaba a mí misma. Si se rompe la palanca del freno de mano, no puedes evitar la colisión. Pero no era una buena comparación.
Mi padre no me habló durante siete meses porque le dije que amaba a Martina. Tiró mis cosas por la ventana, como cuando las madres amenazan a los hijos desordenados o como en los dramas rusos.
Las recogí, hurgué en una bolsa de color verde agua y fui a casa de Martina.
Mientras caminaba intenté imaginármela en la calle como yo. Habíamos decidido el día. Sin embargo, no podía entenderlo, siempre pensé que su madre, con todas esas pecas y clases de meditación, lo entendería o que siempre lo habría sabido.
Cogí un tren y luego un autobús, sin decirle nada, pensando en sus pestañas cuando abría los ojos, en su forma de sonrojarse cuando le daban sorpresas.
Llegué cuando estaba atardeciendo. De hecho, no había nadie en la calle, ni siquiera Martina.
Llamé.
Su madre sonrió, un poco inquisitiva. Llamó a Martina.
Cuando la vi no se sonrojó. Parecía que no podía decir nada.
Mientras tardé un tiempo irrazonablemente largo en entenderlo, ella ya me había llevado a su habitación estirándome del brazo.
––No me has dicho nada ––dije, sin un indicio de interrogación.
Bajó la mirada.
––Mi padre me ha echado de casa y tú no has dicho nada.
––No puedo hacerlo ––lloriqueó ella––. Sere, no puedo hacerlo.
Me despedí de su madre, salí a la calle, dormí en el hostal junto a la estación en el que habíamos ido a hacer el amor una tarde de abril.
Habíamos vivido juntas en San Paolo, nos besamos en la calle en Porto.
Culpé a Parma, pero tal vez ni siquiera era suya.
Sin saber qué hacer, llamé a Costanza, que me dijo:
––Ven conmigo, que te preparo el sofá.En el tren a París lloré lo más silenciosamente posible, acurrucada.
Irene Galera Puga (tr.)
Irene Galera Puga is a translator and English teacher born in Barcelona. She works for both companies and particular clients with Italian, English, French, Spanish and Catalan. She is also the project manager of ‘Traducció Solidària UB’, a teaching innovation project that she started along with her translation teacher and some classmates during her Degree in English Philology. While she was doing the Master in Translation, Interpreting and Intercultural Studies, she realized that she wanted to specialize in medical and tourism translation. She is currently an English teacher and works as a translator and proofreader of medical documents and she is finishing a TESOL Certificate Program offered by Arizona State University.
Anna Stella Poli
Anna Stella Poli (in Latin 'the pole star': 'strange omen for an often disoriented girl', she says), earned her PhD in Contemporary Italian Literature and Philology from the University of Genova. Her book of short tales, Cucchiai. Un'antologia di fallimenti, written with Guido Casamichiela was published in 2019. She is profoundly happy when she dives into the water and when she cycles back home on warm summertime nights. When she is horribly sad, everything gets more complicated.